lunes, 15 de enero de 2007

Wayoo


En la madrugada del 24 de diciembre estuvimos en Splash -la discoteca de moda en la hermosa capital de Antioquia-, después de haber pasado un rato por Feathers, el tradicional sitio de rumba al que exactamente un año antes habíamos llegado directamente desde el aeropuerto, ubicado entonces a pocos pasos del parque principal de Itagüí. Allí -en el 2005- desfiló, fabulosa, Tatiana de los Ríos, en medio de una algarabía propia de maricas que le daba sentido pleno al nombre del lugar. El sitio era empalagoso, por eso mismo delicioso. Ese día la entrada fue apretadísima y tuvimos la suerte, cuándo no, de haber sido los últimos admitidos de una tanda que sería la última en entrar antes de dar la media noche. El lugar estaba abarrotado, al ritmo del primero, debíamos movernos todos. Era maravilloso. No cuenta la nueva sede, infortunadamente, con la misma magia aunque pretende mayor esplendor. En pocas palabras: perdió el encanto.



Fue precisamenrte esa noche, la madrugada del 24 de diciembre de 2005, la última vez que vi a Milo Gasa. Hacía algunos pocos años que no lo veía, sin embargo no podía olvidar a ese niño que tiempo atrás, ocho años cumplidos este mes de enero, había conocido en un paseo "comunitario" que a modo de encuentro había organizado el líder de un grupo de amigos que entonces chateábamos por la red usando el -nunca suficientemente bien ponderado- recurso del IRC.



El nivel de alcoholemia, para ninguno de los dos, seguramente no era el más adecuado, pero nos fundimos en un grato abrazo que bien podía demostrar el aprecio y el cariño que -a pesar de la distancia- con mucho respeto, nos hemos profesado. En ese entonces él no era Milo Gasa, yo tampoco JavieRodrigo:. La aparición en escena surgía con los nicknames propios del monitor por medio del que a diario nos acercábamos. Gay Colombia era un salón de conversación en el que charlábamos, jugábamos, cantábamos, recitábamos, incluso peléabamos. De sexo poco, por lo menos en la ventana general casi que ausente. Fue, mientras existió, un canal de amigos -invisibles, tácitos, ajenos-, pero amigos.



Fueron varios los encuentros que se organizaron, Cali, Medellín, Bogotá, Pereira... Para mí el que se realizó en éste último lugar, que no fue el último encuentro -ni más faltaba-, y que no fue en Pereira sino en Cartago, fue el más entrañable de todos. Casi sesenta locas logramos convivir sin matarnos, bueno, casi, durante tres espectaculares días, el primer puente festivo de ese año. A la llegada, la única identificación era el nickname con el que cada uno se nombraba frente al monitor. Eso era motivo suficiente para el gran recibimiento que entre besos y abrazos selló amistades de años entre absolutos desconocidos. Wayoo era yo, sigo siendo. Antenoche en Lottus aún me reencontré con personajes de la época a quienes nunca les ha hecho falta saber más de mí que dicho nombre. El abrazo de siempre. Delicioso reencuentro. Delicioso como el de hace poco más de un año con Milo.



Era entonces uno de los más jovencitos del paseo. Llamaba la atención su buena e incondicional disposición para todo. Su mirada determinante a pesar de la juventud, su cabello claro brillante. Fue algo así como el consentido (¿deseado?) de los veteranos del grupo. Después de dicho encuentro nos vimos un par de veces más, ocasionalmente cruzamos mensajes por e-mail, lejanamente estuvimos comunicados o referenciados por terceros.



Cuando en la madrugada de este último 24 nos vimos en Splash, ambos con menor grado alcohólico que el año anterior, tuve la certeza de un abrazo más profundo, sin saber por qué. Pero presentí la develación de una identidad extraviada en mi recóndito y envejecido cerebro. Mi alegría fue suprema cuando se mencionó como Milo Gasa, el abrazo se apretó más que de costumbre. Lo suponía, incluso lo había comentado con mi Bebé en su momento. Aún no dejo de lado el asombro, porque el que yo conocía lo suponía fatuo y superficial, no por eso menos entrañable. Leo y releo su blog y me impresiona, me arroya con sabiduría y capacidad de análisis.



Esa misma madrugada pregunté por su abuela. Me dijo que había pasado el día en el hospital, que solo quedaba esperar un desenlace que ya en sus ojos lo entendí comprendido como fatal.



Cuando leí tu último post, Milo, sentí la hermosa revelación de la verdad sobre la muerte de un ser querido. Desde mi escaso entendimiento te acompaño y te admiro. Te admiré, te admiramos, cuando con mi Bebé el 26 de diciembre buscamos la esquina de Palacé con Colombia y nos tomamos fotos, allí en la 50 con 50. Buscamos reconocer el sentido del medellínense que te proclamas orgulloso. Disfrutamos como nunca de tu maravillosa cuna.



Sea esta, Milo, la más sentida y sincera expresión de un sentido pésame, con la seguridad de un mejor porvenir para ella. Por tu entereza, por tu amor inmenso, mi más profundo respeto,



Wayoo.