martes, 5 de junio de 2007

HOMENAJE

No acostumbro responder en mi celular llamadas de números desconocidos, sin embargo el 24 de mayo, pasadas las cinco de la tarde, recibí con extrañeza la llamada de Juan Felipe, un viejo amigo que no veía hace casi dos años, con el que nos comunicábamos vía chat para un cordial saludo esporádico.

"Javier, siento mucho ser el portador de malas noticias, pero Germán falleció esta mañana. No conozco detalles y no quieren que alguien se entere, pero me sentí en la obligación de contarte. A mí me acaba de llamar David a contarme."

Estaba acompañado por mi Nené, que recién acababa de llegar a visitarme. Quedé estupefacto, mudo. Casi colgué sin modular palabra. No lo podía creer. Un par de lágrimas afloraron acompañando un profundo sentimiento de dolor manifiesto en el nudo en mi garganta.

Cuando llegué de terminar mi especialización en La Habana, en cuanto me estabilicé económicamente, decidí compartir apartamento con quizás el primer amigo gay que conocí en la Internet.

En el año 96 -habiendo descubierto mi actual preferencia sexual- en cuanto regresé a Bogotá proveniente de la ciudad consentida por la niebla, me apabulló la comunicación por Internet, cuya principal utilidad consistió en acercarme al entonces subrepticio mundo del homosexualismo, que seguramente no me hubiese atrevido a conocer por algún otro medio. Mi primera cita incumplida a un sitio público gay fue a Blues, un bar que en ese entonces empezaba a posicionarse en la rumba de ambiente de la capital. Me decidí tarde a concretar el encuentro con Andrés, a quien tiempo después conocí y reconocí en otros círculos permitiéndome mitigar el arrepentimiento de ese primer encuentro fallido.

Con Ariel, mi "room mate", tuvimos una larga y bonita amistad, que nos permitió conocernos a fondo sin necesidad de encuentros sexuales de ninguna naturaleza. Su afición sexual era casi contraria a la mía. Su atención se centraba en personajes absolutamente activos, seducidos en una esquina, en un parqueadero o a la entrada de un batallón escondido. Nuestro principal punto de encuentro fue su soledad sin límites. Logramos casi dos años de armoniosa -pero nunca fácil- convivencia.

Siempre he admirado la capacidad de este hombre para la fina, y también adusta, coquetería, que le permitía levantar polvo donde menos uno pudiera imaginar. Salíamos de rumba casi permanentemente, visitando cuanto lugar había; los sitios más sórdidos eran los preferidos. Gracias a esto llegué a conocer los streeper más cotizados de la ciudad, los espectáculos más osados, metederos inimaginables, rumba de todos los colores y sabores. Gracias Ariel.

La adquisición más importante de aquel tiempo feliz fue Germán Camilo, propietario de Blues, ese primer bar de citas incumplidas que conocí recién empecé en "el cuento". Vivíamos a pocas cuadras del lugar, lo que nos permitía ir y venir sin dificultad. Era una rutina agradable, especialmente los jueves -que era el día en que Germán estaba dentro de la barra-, él tomando su cuba libre, yo tomando ron blanco o añejo sin adornos, él coquetando de manera abierta y atrevida con ese hombre, hombrazo delicioso que era capaz de suscitar los más perversos deseos en las mentes más tranquilas. Tomaba, por convencimiento, aguardiente de la más alta calidad.

Germán se limitaba a responder cortésmente, sonriendo más por simpatía que por encanto. En ese entonces tenía ya una relación de dos años muy bien consolidada con Johnny, a quien adoraba con amor infinito, a pesar de la postura de sus amigos inmortales.

Llegado el momento de la celebración de un aniversario del lugar, nos invitó a un evento especial, a lo que respondimos con un hermoso ramo de flores de felicitación y agradecimiento. Ese detalle dio inicio real a nuestra amistad. Ariel desapareció de escena -por motivos ajenos a nuestra razón- y entre nosotros se cultivó una cercanía llena de momentos compartidos, de recuerdos de una infancia con las cosas comunes de la coetaniedad. Nos volvimos, mi Bebé y yo, mobiliario del sitio, asisitiendo de jueves a sábado sin falta, especialmete en los momentos económicamente más críticos cuando -por decisión no solícita- Germán Camilo permitió nuestro ingreso sin erogación alguna, sin más razones que su amistad incondicional.

Para mí esa amistad representó mucho más de lo que se puede expresar con palabras. Fue con él con quien me dí la licencia de conocer el único fármaco ilegal que he probado en la vida, fue con él con quien me permití embriagarme con la seguridad de no ser jamás calificado, fue con él con quien compartí cuatro años seguidos la Navidad que no quise pasar en familia. Fue mi hermano escogido. Casi mi amigo del alma.

Un buen día me alejé, sin malas intenciones, solo con la idea de dejarlo descansar.

Algún día recibí una llamada mal intencionada, hablándome de una penosa enfermedad que lo agobiaba. Muchas noches fuimos con Ricardo a buscarlo, en su escenario natural, sin encontrarlo. La última vez que lo vimos, alcanzamos a presentarle a Eduardo, fue una noche allí en el vestíbulo del bar, en donde con mucha frecuencia pasamos nuestras noches de tertulia, y palidecí ante la realidad inverosímil del monstruo que se lo tragaba, no sin oponer la fuerte resistencia que su espíritu de lucha siempre le dictaba.

Tras muchas crisis superadas, recayó sin aviso.

El jueves 24 falleció al finalizar la tarde.

La noche del sábado 26, por iniciativa del Jocker y de Joey, estuvimos bailando en Fercho´s. Aunque mi ánimo no era el mejor, decidí rendir homenaje de esa manera al amigo que acabábamos de dejar en las puertas del cielo. Me llené de una energía inusitada, como la que él se gozaba en mí. La complicidad de la noche me permitió llorar en silencio en el hombro de mis niños sin que nadie se percatara por ello. Pasé la noche en vela recordando todos y cada uno de nuestros momentos -todos bellos- compartidos. Sirvió de homenaje incluso el enfurecimiento de mi Nené por mi actitud incomprendida, habría sido del encanto del amigo ausente recordando las no menos monumentales pataletas de su joven pareja. Lloré en silencio como hace mucho no lloraba, como se llora a un propio muy querido.

Perdona Eduardo por haberme ausentado, perdonen amigos por haberme escabullido sin despedida, perdonenme contertulios por no haber estado a la altura del lugar esa noche. Perdona Villamizar por no haberte invitado oportunamente para haberle pateado el culo al destino.

Duele putamente con impotencia, duele con el dolor de la ausencia a la que me sometí por no joderlo. Mi respeto para él en su morada. Mi solidaridad con Johnny en su soledad acompañada. Mi cariño a Rúben, César, Maya, Jorge, Giova, Lucho, Charlie, ellos sí que lo supieron acompañar, aún desde la distancia, hasta el final, hasta su última morada.

Dolor de ausencia, dolor de muerte, martirio de soledad.

Germán Camilo, en tu hogar espéranos para continuar la rumba desenfrenada que le hizo más falta a nuestro corazón. Y, por Dios, perdóname.


...


Ahora Ricardo, Bebito, creo que no hacen falta palabras.