Carcomiérndome lentamente
por lo inevitable,
con una lágrima al borde
de la aurícula izquierda,
no me queda -hoy- más que decir
que estoy putamente mamado
de que quieran conquistar a mi novio,
como si el merecimiento me lo
pudieran cuantificar esa
partida de zorros malparidos.
¡Caterva de ladrones ponzoñosos!