lunes, 18 de diciembre de 2006

De todo un mucho...

Creo que dadas las circunstancias de la fecha, las vacaciones blogeriles propuestas, los caldeados ánimos y la multiplicidad de problemas que extrañamente se han acumulado para esta época, este será el último post del año. Por ahora no tengo muchas ganas de más tampoco. Aprovecharé, por ende, a escribir tan largo como pueda para no dejar tema entre el tintero.


Primero el viaje Bogotá - Pereira



Con Ricardo es la primera vez que hacemos uso del transporte público intermunicipal para viajar fuera de Bogotá. Yo había considerado prudente conseguir los pasajes con suficiente anticipación. El viaje lo programamos para el jueves siete, en la noche de las velitas, pero el miércoles anterior en la noche ya en Bolivariano no había tiquetes. A mí se me ocurrió, ¡absurdo yo!, comprar los pasajes en Velotax, que fue el transporte intermunicipal de cabecera en mi más tierna infancia, cuando viajaba con frecuencia semestral entre Bogotá y el eje cafetero, normalmente por la vía de Manizales. Diez y treinta de la noche sería nuestra hora de salida, transporte expreso Bogotá - Pereira. El día del paseo estuvimos a las nueve y media en el Terminal de Transportes.


Nuestros puestos justamente detrás del conductor, un hombre alto muy alto, casi cuadrado dimensionalmente, acompañado por un hijo alto muy alto, altísimo, y -a cambio de su padre- enjutísimo de figura, de cara casi bonita, con actitud atorrante de adolescente todopoderoso e inmamable, literalmente inmamable. Durmió buena parte del camino encorvado en el piso, justo al lado mío.


Contrario a lo que sucede con los expresos de Bolivariano, no había ningún tipo de aislamiento entre el cubículo del conductor y el resto del bus. Ya cuando abordamos el vehículo, muy cerca de las once de la noche, estridecía una música que haría imposible cualquier descanso a lo largo del viaje. ¡Absurdo yo! Creí que iba a tener oportunidad de escuchar algo bonito durante el camino, aunque se tratara de uno de los ya añejos éxitos de Celedón, pero, ¡absurdo yo!, se trató de un tormentoso recorrido lleno de la música que siempre evito pero que con seguridad mantendría al conductor en sus cinco sentidos.


Mi mayor preocupación consistía en la incomodidad de Ricardo, que nunca ha tolerado la música en las noches, menos aún cuando no es de su gusto. No bien había arrancado el expreso y antes de llegar al primer control, justo a la misma salida del Terminal, él estaba profundamente dormido, como la más tierna versión de la Bella Durmiente del bosque. Le cuidé el sueño todo el camino, dormitando liviano como estaba entrenado para soportar las largas noches de turno en urgencias. Lo acobijaba, le acomodaba la cabecita, le calentaba las manos, le cubría las piernitas, lo consentía aprovechando la complicidad de la noche.


En Ibagué hubo cambio de chofer, sin entrar al Terminal, justo al borde del camino. Antes de cruzar sobre el Combeima, una dama -seguramente embriagada- se mandó contra el bus desde la acera, pero con chofer nuevo "el quite" fue suave y oportuno. Eran pasadas las tres de la madrugada.


A las seis y media de la mañana, después de una cortísima parada en el Terminal de Armenia, hicimos la entrada triunfal en la trasnochadora, querendona y morena ciudad de Pereira. Mi Bebé absolutamente descansado después de una plácida noche de profundo sueño. Yo todo lo aporreado que podría haber quedado después de una aterradora noche de turno de las que ya hace años no me tocan. Había en el ambiente el olor a la humedad de una madrugada lloviznosa.


Pereira - Quimbaya



La noche de las velitas la pasaron, Mary y Fredy, en una finca en Combia, un corregimiento de Pereira que está ubicado sobre la vía que conduce a Marsella. Julianita durmió en casa de una compañerita en el conjunto residencial Ciudad Pereira, que está localizado a la entrada que de Armenia conduce a la "Perla del Otún". En la noche, antes de partir, Ricardo había marcado al celular de su Mamá y de su sobrina para asegurar que tendríamos a dónde llegar. Ante la imposibilidad de confirmar en ese momento, en cuanto bajamos del bus lo primero que hizo fue llamar a Mary que confirmó estar esperándonos en el apartamento. Llegamos y lo primero que recibí fue el apretado abrazo de Fredy, que viene a ser algo así como mi suegrastro. Evidentemente estaba "rascado". Mary, por su parte, no se quedaba atrás en alegría.


Casi inmediatamente salimos a buscar desayuno, Ricardo rebozante de energía, yo anhelando el profundo descanso de dos míseras horas en una cama. Estuvimos en el centro, en la Plaza de Bolívar, tomando lo que cada uno quiso, invitación de mi adorada suegra. Recogimos a Julianita, llegamos, salimos a recoger a Claudia Mary, compras en el Éxito, visita a la tía Sadith, llegamos de nuevo, nos bañamos esta vez separados (je je je, no llega a tanto la confianza familiar), pedimos un almuerzo que se hizo eterno.


Mientras llegaba el pedido de Frisby, curiosamente un vecino le pidió el teléfono prestado a Mary para solicitar almuerzo a domicilio. ¡No lo podía creer! Era Gary Tovar, un auditor médico con el que tuve oportunidad de trabajar en Villavicencio. Aunque yo sabía que él había empezado algún trabajo con la Clínica Risaralda, jamás imaginé que fuera el vecino del apartemento frente al de mi suegris. Hablamos de lo lindo, me comentó de sus planes, de lo bien que le ha ido allí, de la salida de Villavicencio, de las llamadas del HP Jaime García Roa para ofrecerle nuestros puestos y salarios, en fin. Muy curioso el encuentro, muy agradable saber que se le valora a uno profesionalmente aunque eso no produzca los frutos que uno esperaría. Esperaré volverlo a ver pronto, espero la pronta recuperación de su señora que tuvo que ser operada de urgencia en la Fundación Valle del Lily en Cali por una urolitiasis. Espero que tenga junto con su familia una muy feliz Navidad y que el próximo 2007 llegue cargado de prosperidad. Sonó a frase de cajón, pero de verdad lo deseo para él. Pueda ser que no me equivoque.


Nos habían programado convenientemente para ir a ver el alumbrado en Quimbaya, un paseo megafamiliar. El percance, que no podía faltar, consistió en "coger" un hueco cubierto por un charco y reventar la llanta. Terrible, perdí puntos a pesar de estar conduciendo el 626 de la suegra como un príncipe. Pero en medio de la pertinaz llovizna, llegamos, parqueamos y anduvimos todo el pueblo.


A pesar de haber oído bastante de la belleza de esta fiesta, nunca había tenido la oportunidad de verla. La mayoría de sus calles literalmente se tapiza, entre las siete y casi las diez de la noche, de hermosos faroles con los que cada cuadra compite en creatividad y colorido. Es precioso el espectáculo, opacado un poco por el desorden de los transeuntes para hacer el recorrido. Deliciosas ventas callejeras, obleas rebosantes de arequipe y otros dulces, ensaladas de fruta ingeniosísimas y el licor de la región que no falta. La visita a los familiares que, de no ser por la ocasión, seguramente vivirían abandonadamente olvidados. En fin, todo un show de placer no propiamente sexual, a pesar de haber jugado buena parte del recorrido con acariciarle las bolitas a mi Bebito sin que nadie más se percatara.


Para el camino de regreso, igual que el de ida, escogimos la vía por Alcalá, entrando a Pereira por San Joaquín, bastante curva pero sin peajes. En términos generales, y a pesar del percance de la llanta, todo según lo esperado. Llegamos, dejamos a la gente en la casa y Ricardo y yo salimos a dar una vuelta por la ciudad para apreciar el alumbrado navideño, muy lindo por cierto. De regreso me quedé dormido, estaba rendido. Mi Bebé se burló de mí, pues se trocaron los papeles. Recogimos a Julianita, que se había refundido con alguna otra familia del camino, cenamos alguna cosa exquisita y directo a dormir. Me sentía de recoger con cucharita.


Esa noche, en medio de la rendidez cansada, desperté sobresaltado al sentir que Ricardo se abalanzó sobre mí sin saberse despierto todavía. Hizo tanto ruido que tuve temor del despertar sombrío de alguien de la casa. Pero al parecer el sueño profundo rondaba el resto de espacios familiares. Yo estaba muy cansado como para oponerme, además nunca suelo hacerlo. Según términos que usaría el Bizcochito, me dio una maceteada que me dejó como para no poder caminar. Y tuve, gracias a una mamada espectacular, una venida como si tuviera leche acumulada de varios días atrás. Creo que solo en el momento de las múltiples eyaculaciones, fuimos plenamente conscientes del delicioso rato.


Esa mañana, la del sábado, desperté y ya estaba Mary preparando desayuno. Yo con ganas de entrepiernarme otro ratico junto a mi Bebé, pero fue imposible. Ya todo estaba fríamente calculado para hacernos levantar a todos. Por poco, en una de sus entradas a la habitación (olvidé asegurar la cerradura), me pilla sobre Ricardo.


Desayunamos, recibí la visita de una amiga de Mary que deseaba consultar sobre la posibilidad de contornear su cuerpo, frijolada de almuerzo, baño, en la tarde ir de paseo al centro comercial, comer helado, paseo por MegaBus hasta Dosquebradas, mojarnos con la impertinente lluvia decembrina, compra de los ingredientes para el postre que ofrecimos, casa, preparar postre y esconderlo para que mi suegrastro, que es bastante menor que yo, no lo probara antes de tiempo y salida para Termales.


Las Termales de Santa Rosa de Cabal fueron las primeras que conocí en la vida, incluso antes que las de Paipa. El sitio más tradicional para disfrutarlas es el Hotel Termales, ubicado a once kilómetros de la Plaza central del pueblo, que a su vez está localizado muy cerca de Pereira, por la vía que conduce a Manizales. La carretera, extrañamente, estaba poco transitada, y desde el Alto de los Madrazos (Alto de Boquerón, desde donde se divisan simultáneamente las ciudades de Pereira y Manizales) tuvimos una maravillosa visión reveladora de mi pasión por la región cafetera.


Llegamos al hotel, pagamos el ingreso, nos cambiamos y disfrutamos de esas hermosas instalaciones hasta pasada la media noche. A Julianita le encantó el paseo. Claudia Mary estaba que no se cambiaba por nadie. Ricardo y yo disfrutamos de lo lindo observando el abdomen achocolatinado de un par de especímenes preciosos, que bien nos quitaron el aire buena parte de la noche. El contraste entre el agua ardiente y el chorro helado nos reconfortaron. Una de las mayores ventajas de esas aguas es que no tienen el pesado olor del azufre. Su color es levemente rojizo por la presencia de hierro y cobre. Se pasa delicioso. De regreso en Pereira, nuevamente cenamos alguna cosa deliciosa en un sitio que le encanta a mi Bebé y quedamos fundidos en el más relajante de los sueños.


El domingo el desayuno impertinente, mi suegra insistiendo en la conveniencia del calor salvaje para aprovechar la comida, Fredy cada vez más impertinente en acciones y comentarios. Pensé en que a pesar de la reciente pelea con mi hermana y mi Mamá, el paraíso familiar era irrepetible gracias a nuestro silencioso convivir mudo. Gracias dí al cielo sin esperar que me escuchara.


Con la excusa de esperar la visita de una sobrina política de Mary, que quiere operarse el contorno, truncamos buena parte de nuestro día. Aprovechamos un ratico después del baño para tirar deliciosamente, esta vez yo enculándolo a mi Bebé. Se anunció para las once de la mañana, se reportó desde Tuluá a la una de la tarde. A las tres y media pasadas llegó impertérrita y me tuvo casi hasta las cinco ocupado en detalles de su posibilidad quirúrgica. Por poco convulsiono. Así pretendía Mary también que la acompañaramos a un baby shower antes de partir hacie el Terminal para regresar a Bogotá.


Por fin Bogotá



Los dejamos, a ella y a Fredy, en donde Nohra Rodas, muy querida ella. Fuimos al centro comercial Pereira Plaza, comimos alguna cosa consistente, corrimos a recogerlos, nos llevaron sobre el tiempo al Terminal. Por fortuna, pensé yo, habíamos comprado con anticipación los pasajes de regreso, en Bolivariano. Yo había guardado el tiquete como el más preciado de los tesoros. Entramos corriendo, yo me paré con la maleta cerca de la puerta de embarque al Scania que nos traería de regreso a la capital. Sentí, en medio del tumulto, el llamado angustioso de Ricardo desde el aparador de atención de la empresa. Sí, compramos el tiquete con tiempo, pero para una fecha distinta, nuestro bus había salido veinticuatro horas antes con nuestros puestos desocupados. !HORROR! No lo podía creer. Afortunadamente a las nueve de la noche salía una buseta en servicio expreso hasta Bogotá. Puestos separados, no había otra posibilidad. Eso sí, muy en punto de las nueve arrancamos. Antes de pasar por la rotonda en la que queda ubicada La 14, Ricardo estaba roncando. ¡Tan divino mi Bebé dormilón! Este viaje sí un poco más cómodo, sin música, sin arandelas. A las cuatro de la madrugada estábamos tomando el taxi que nos llevaría hasta el apartamento, con el tiempo justo de desempacar maleta, alistar baño y salir corriendo a cumplir la jornada laboral que a cada uno de nosotros nos tocaba.


Balance del paseo: muy aceptable sin haber sido excelente. Pasamos rico: dos objetivos cumplidos, el alumbrado de Quimbaya y las Termales de Santa Rosa de Cabal. Dos pendientes: el parque temático y la trucha en el Valle de Cocora. La mitad no está mal, más teniendo presente que es mucho más de lo que normalmente podemos disponer de nosotros en Pereira.


La presentación en sociedad



Durante la semana no se hizo mucho que merezca ser contado. Cambiamos la representación legal de la empresa con la que estamos peleando, Ricardo dañó el portátil de la oficina regando una aguapanela encima, ires y venires con abogados, la tiradera normal de siempre, en fin, nada de interés supremo. Sin embargo el miércoles llegó una invitación para subir a El Clóset el día viernes, para seis personas y como regalo recibiríamos una botella de licor. Confirmé e invitamos.


Germán, Leonel, Ángela, Ricardo y yo fuimos los depositarios de la invitación. No encontramos (¿o no quisimos buscar?) un sexto. Salimos del apartamento de Germán, en donde previamente habíamos cenado pasta rellena de carne acompañada por un pesto delicioso y albóndigas en salsa de tomate. Mi Bebé, por su parte, tuvo que contentarse con unos emparedados de pollo enlatado, que a la postre salieron más ricos que todo el resto. Encontrar a Leonel fue todo un programa, por poco y llegamos tarde. Se perdió en la estación de Ricaurte y ya podrán imaginar que para darle indicaciones Ricardo hizo alusión desde el plano cartesiano hasta la ubicación de los a esa hora invisibles cerros orientales bogotanos. Para un retoño de médico bumangués, ese tipo de orientaciones no son de mucha utilidad. Somos oligofrénicos por naturaleza, de otro modo no habría cómo explicar que se nos ocurra estudiar la cada vez más vilipendiada y degradada profesión liberal, con la pretensión de curar cosas que comprendemos incurables cuando ya echar para atrás sería más osado que lograr tan siquiera el anhelado cartón licencia para matar. Pobre Leo, pobres nosotros todos los médicos. En fin, a lo que vinimos vamos.


Llegamos a la discoteca, el casting muy flojo, la música inmejorable, encuentro con varios amigos y conocidos, abrazos, bailoteos, poco licor (entre los cinco bebimos menos de media botella), mi Bebé muy contento, Angelita imparable (¿a quien en sus cinco sentidos se le ocurre -el día de su cumpleaños- cambiar una maravillosa fiesta con orquesta y parrando vallenato incluido, por subir a mariquear a La Calera con un amigo y un trío de apenas conocidos?), Leonel a la expectativa de todo lo que pudiera suceder, yo medio mamado pero contento a pesar de haberme cruzado con una de mis más agudas culebras. Bajamos de allí casi a las tres de la mañana. No dejaba de rondarme en la cabeza el anuncio que Ricardo me hizo cuando nos encontramos en donde Germán empezando la noche: "mañana tenemos almuerzo donde mis compañeros de trabajo".


Cuando las cosas le estaban saliendo tan mal a mi Bebé ese viernes fatal de oficina, entre otras cosas por el daño del portátil en el que adelantaba su nuevo proyecto, su compañero de labores no dejaba de atormentarlo con una invitación a almorzar el día siguiente en su apartamento nuevo para estrenar los muebles que recién acababa de comprar. El motivo del tormento era el requerimiento de llegar con la novia, a lo que Ricardo nada respondía. En medio del agobio y del mal genio por lo acontecido les dijo, a Diego Armando su compañero y a Javier Andrés su líder de proyecto, que no lo jodieran más, que él no tenía novia, que de eso nunca había usado porque desde niño tiraba sólo con novios. No se hicieron esperar las indagatorias al respecto, que él con poco ánimo resolvió una a una hasta llegado el momento de la salida, cuando se despidió hasta el próximo lunes, siendo increpado por el presunto anfitrión para que no faltara a la cita ese sábado muy en punto a la una de la tarde, acompañado por su cirujano de cabecera.


Yo no sabía qué decir ni qué pensar. La famosa reunión, en la que cada uno estaría acompañado por su "dama", podría pasar a ser todo un desastre, precisamente por todo el desplante al que nos tienen acostumbrados los heterosexuales, más dentro de ambientes de absoluta masculinidad como son normalmente las oficinas. No yendo muy lejos, la noche del jueves, cuando se disponían a ir a la fiesta de Navidad y de fin de año que ofrece la empresa, Javier Andrés comento su incomodidad, la de sus congéneres y familiares por tener de nuevo vecinos al Centro LGTB que la Alcaldía Mayor de Bogotá, junto con otras entidades inauguraron esta semana en la localidad de Chapinero. "Porque la mariconería siempre trae detrás a las putas, a la corruptela y a la degradación". ¡Cerrados heteros!


Me arreglé dentro de la informalidad lo mejor que pude, le pregunté sobre la actitud que esperaba asumiera frente a sus amigos, le sugerí que lleváramos vino y postre como un par de buenos maricas, le rogué que llegáramos temprano o que llamáramos para justificar el retraso.


Pasada la una y media de la tarde llegamos al lugar. Fuimos recibidos por Diego Andrés y su amiga con total naturalidad. Muy queridos, muy puestos todos. No llegaron los muebles, no llegó la nevera, mejor dicho, con suerte se pudo preparar la pasta con salsa de carne, que mi Bebé acompañó solo con parmesano. Al rato llegaron Javier Andrés y señora. Muy simpático él, la tenía viva pues había bebido hasta bien entrada la mañana. Enamorado de su mujer, un straight muy extraño en su proceder de pareja. Nos agradó mucho su actitud. Pasamos una buena tarde, hablamos de todo un poco (menos de trabajo), reimos mucho, pasamos bien. Creo haber pasado la prueba aunque mi Bebé no ha hecho comentario alguno. Diego Armando es un llanero muy, pero muy bonito, sueño húmedo de much@s. Javier Andrés es un rolito risueño, buena persona, arrollador si se lo propone, algo homofóbico, no lo puede negar, pero respetuoso de los espacios y las personas. La amiguita de Diego Armando una pereza, desgarbada, sin gracia alguna. La esposa de Javier Andrés muy neutra, una flaca bonita, ni fu ni fa, una fiera en su casa, lo tiene marchandito. Je je jé. Lo mismo dirán de Ricardo, me trae alineadito (¡jamás alienado!).


El vino y el postre cayeron como anillo al dedo. Fueron buena elección.


Ellos se fueron para casa de Javier Andrés a hacer la primera novena, nosotros caminamos hasta casa de Germán a buscar qué hacer de sábado en la noche.


La rumba en el Restrepo



De unos días para acá hemos venido experimentando rumba fuera de nuestros escenarios naturales. Así bien empezamos a visitar lugares en Chapinero, pasamos un par de noches por la Primera de Mayo, esculcamos poco a poco los rincones que encontramos en las guías gay de Bogotá. Pues bien, el sábado nos fuimos para el Restrepo a buscar rumba gay. Quedamos impresionados por la cantidad y variedad de lugares, que acogen todo tipo de música y usuarios. Sin embargo el único lugar "de ambiente" que encontramos fue todo un desastre, con gente espantosa, música malísima. Salimos despavoridos, preguntando a "babor y estribor" por más posibilidades, pues en una guía de Internet aparecían al menos seis lugares, dos de los cuales rezaban "exclusivo para mujeres", y esos fue los únicos que encontramos. A las once de la noche, después de caminar en círculo completando, diría yo, unos cuatro kilómetros, decidimos ir a Chapinero. La rumba allí no nos apasiona, sin embargo estamos en la aventura de conocer y descubrir. Pinky y Cerebro, decía Germán.


En la esquina de la calle 63 con 13, después de parquear el carro frente al bar de Fercho´s, en la 64 con décima, entramos a Plataforma. El primer intento fue para entrar al desaparecido Ra, que le dió paso a otra nueva versión de Metro (una más, nuevo intento de Jairo), con barra libre por diez mil pesos hasta las tres de la mañana. No quisimos pagar el cóver para no tomarnos lo que no nos queríamos tomar. Entrar a Dark era ya muy tarde, la culiandanga estaría a esa hora bastante avanzada y con las primeras deserciones por agotamiento. Probamos entonces en Plataforma y nos gustó. Un tercer piso, espacio muy amplio, música interesante, cóver barato, gente normal; nos tocó una pelea de un anciano con un putico, jejeje, o al menos eso parecía. El muchacho no quería demostrar cariño a su patrón, y éste -muy molesto- mechoneó el escaso y ralo cabello que escondía el jovencito bajo una desteñida gorra. Se levantó el primero, partió despavorido el segundo.


Con mi Bebé bailamos su música loca, con Germán el tropical bailable que tanto nos gusta. Cerca de las dos de la mañana estábamos todos realmente cansados, por la infructuosa caminada del Restrepo, y a dormir tocó.


El domingo de madrugada el primer polvo, me sentí casi deliciosamente violado, en similares circunstancias que la primera noche en Pereira, esta vez con mucho KY de por medio. En la mañana un segundo polvo, antes de bañarnos. En la tarde, justo antes de salir para la novena a la que nos habían invitado Mauricio Enrique y Andrés Bonito, el tercero, delicioso, mucho semen desperdigado. Este tercero tuvo la culpa de que se nos dañara el postre que aportaríamos para la popular reunión. Un delicioso flan, se secó el agua del baño maría, y se echó a perder cuando estaba casi perfecto. Culpa de las hormonas. ¿Solución? espantosas galletas de la panadería de la esquina. Mucha tristeza, mucho dolor de cocina pero nada que hacer.


Este fue un verdadero domingo de descanso, la mayor parte entre la cama, un rico almuerzo con una torta de tornillos que algún día postearé, sexo reposado, algo de TV. Periódico y a descansar temprano.


Mi pipí



Hace cerca de un mes, si mal no estoy, Tilo preguntó acerca del apelativo con que cada quien se refiere al miembro viril que anatómicamente recibe el nombre de pene. Pipí es el mío, y el de mi Bebé, que ya no sabemos cuál es el de quién, si del que lo usa o lo disfruta, en fin...


Lo describo a sabiendas de convertirme en objeto de todo tipo de burlas y comentarios mal intencionados. En su máximo estado de flacidez, por ejemplo en presencia de frío o en medio de un ataque de pudor extremo, es casi invisible, escondido entre los abundantes pendejos de mi región inguinal. En reposo normal, su tamaño creo que no sobrepasa los siete centímetros, muy arrugadito, del mismo color -acaso un tris más oscuro- que el resto de mi piel. En erección suprema jamás ha sobrepasado los catorce centímetros, medido desde su raíz más profunda. En realidad trece, nunca he llegado a más. Y que nadie me diga que ejercitarlo a punta de pajazos lo hace desarrollarse por encima del promedio, que de ser así -con la actividad a la que permaneció sometido desde casi los diez años, ocasionalmente hasta seis veces en veinticuatro horas- sería yo hoy el mejor dotado de los adonis sin par en este valle de lágrimas. El diámetro, por qué no reconocerlo, sí está un poco por encima del promedio. De hecho nadie, hombre o mujer, se ha quejado hasta ahora porque le falte o porque le sobre. Y aunque el tamaño sí importa, creo tener lo suficiente para que sirva para lo que quiero y necesito, sin llegar a ser objeto de algún tipo de admiración extrema.


Pues bien, bastante frecuente es entre nosotros jugar con el pipí. Que cuando nos acostamos, que me lo tocas y te lo toco, que cuando nos bañamos, que te lo lavo, que me lo lavas (¡ayyy!), que cuando coqueteamos íntimamente, que te lo beso, que me lo besas. Que con sexo vulgar, atroz, soez y descarado (exquisito), que me lo mamas y te lo mamo. Incluso hasta tragarnos la leche disfrutamos.


Esta mañana, saliendo de la ducha, mi Bebé jugó a acariciarme el cuerpo. Yo me excité, lo que no es para nada extraño. Entonces jugó a descapullarme el glande, que me da mucha impresión por sentirme desprotegido entre sus dedos (otro detalle, sí, soy incircunciso, y qué, es delicioso). No aguantando yo la manipulación forzosa, dispuso la misma tarea esta vez entre sus húmedos labios. Me hace dar grititos de placer, lo confieso. Se puso en cuatro, arremetí en su culito, que como siempre logró deslechar mi pipí, que siempre tiene ganas con él. Con otro no me funciona. ¡Soy impotente!


A pesar de lo chiquito que lo tengo, me encanta verlo crecer, siempre he sentido eso muy excitante. Colocar la mano sobre una verga dormida y sentirla lograr su tamaño me encandila, me pone a volar. Mi Bebé me encanta, adoro a mi Bebé, espero que no se moleste mi Bebito por revelar estas cosas horribles y espantosas. De hecho espero que este post esté tan mamón de leer que nadie, ni mi Bebé bonito, llegue hasta aquí para mirar estas sandeces.


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Vacaciones corticas pero sustanciosas. Navidad en Medellín con Marco T. y futuro marido. Llegaremos el 23 para rumbear de lo lindo entre paisas sabrosones. Año Nuevo con la familia de Ricardo en el eje cafetero. Llegar a trabajar la primera semana de enero, para recomenzar con muy buenos ánimos el que ojalá sea un año próspero de verdad. ¿Que de verdad habrá para mí un año próspero en la vida?


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La pelea con mi hermana paso a ser con mi hermana y con mi Mamá. Con mi hermana no hablo, evitamos cruzarnos. Con mi Mamá no es justo, pero ahí vamos mejorando, que no se me quita el rencor en el corazón. Ojalá las novenas familiares logren algo.


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Que el celular que tenía en uso era de mi hermana, tocó devolverlo, pero mi Bebito me regaló celular nuevo, de Tigo, a quien tenga Tigo que me escriba al privado y hacemos conferencias.


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Que mis mejores deseos porque logren sentir de verdad el espíritu de la Navidad en compañía de todos aquellos que escojan como seres queridos; que los amigos son hermanos que se escogen, que la familia es la que nos toca pero lo único incondicional que en realidad de verdad existe, hay que quererla aunque no nos quieran a nosotros.


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Que me mamé de escribir, que esto está muy largo, que felicidades para todos y que espero nos veamos, literalmente hablando, el próximo año. Un abrazo fraterno y un beso perverso para todos.


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Que gracias por las nominaciones a los nominadores.


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Que el nuevo blogger de El Tiempo me pareció peligroso, radical y no me gusta.


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Que se me siguen ocurriendo cosas.


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Mi Bebito, que te amo.