jueves, 30 de noviembre de 2006

El aroma ferozmente sexual de tu cuerpo

El lunes en la noche, a pesar del cansancio compartido y de tu intención de reservar las lides del amor únicamente para las mañanas, mientras revisabas las noticias del periódico, me permitiste consentir graciosamente tu hermoso culo, tan solo forrado en tu siempre excitante interior de algodón.




Me dediqué, primero soslayado y tímido, después poco más que descaradamente, a pasar mis manos enceguecidas, mi cara entumecida por la turgencia de tus arrogantes y altivas nalgas.




Mi atrevimiento osó distraer tu concentración en la prensa, para permitirme posar los hoscos dedos por entre la raja. Incluí casi al simultáneo mi boca y mi nariz husmeando el hoyo que me permitiría depositar un ósculo en tu intimidad profunda.




Te abandonaste a mí, a pesar de la hora, perdonando mi alevosía, arrojando el calzoncillo. Me diste a probar las mieles de tu verga, ya irremediablemente erecta. Me permitiste tragar el escroto lleno de la voluptuosidad de tus bolas cargadas de placer sombrío. Le abriste espacio a mi lengua para acariciar lubricando el preámbulo de tus entrañas ansiosas.




Asumiste la posición, pediste completar la lubricación y yo -solícito- embadurné mis dedos para preparar el introito. Así, desnudo, emprendí el camino a tu sodomización preciosa. Me revolqué en tu interior, eyaculé media vida, la otra media la reservé para que -escarralado de piernas- completaras el vaciamiento de tus efluvios testiculares.




El desfogue sólo nos dio tiempo de apagar la luz, cerrar la TV y arropar nuestros cuerpos enmarañados en la pasión de la noche. Me repetiste, reiteraste de hecho, casi a reclamo, que la mañana era mejor cómplice de nuestro juegos perversos.




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Después de afeitarte, esta mañana, en medio del jabón de la ducha, me permitiste el encanto de -acaso tal vez- el mejor de los besos.




Adquiriendo una posición lasciva, gritaste a señales que enjuagara tu culo. Mi mano, decidida y firme, no pudo evitar la erección producto de tu irreverente afrenta. Después rogaste que inquiriera en tu sexo, para lavarlo a fondo. No toleré y me embebí de nuevo en tus apasionados labios.




En la cama probamos, cada uno y ambidestros, la fortuna del aroma perdido que solamente tú y yo reconocemos. Nos vinimos a mares, cada uno en la entraña del otro. Sin rastro, sin mancha, así lo vivimos. Así lo sentimos.




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Esto, Señores, es lo que amarra mi erección a su cuerpo. Lo que limita mi respuesta a su aliento. Lo que inhibe mi instinto al ajeno. Amén




viernes, 24 de noviembre de 2006

Flan de melocotón y vainilla

- 1 pocillo de azúcar blanca o morena
- 1 lata de melocotones en almíbar
- 1 lata grande de leche condensada
- 1 lata (la misma medida anterior) de leche entera
- 4 huevos
- 1 cucharadita de esencia de vainilla
- crema de leche al gusto
Se acaramela la flanera con el azúcar y medio pocillo de agua, a fuego alto, hasta que tome un color oscuro y consistencia de caramelo. Se deja enfriar.
Aparte se escurren bien los melocotones y se parten en octavos.
Se licúan la leche condensada, la leche entera, los huevos y la vainilla.
Se vierte la mezcla en la flanera, junto con los melocotones partidos. Se tapa bien y se pone al baño maría por cuarenta y cinco minutos. Se retira del fuego, se deja enfriar bien, ojalá de un día para otro, y se sirve adornado con crema de leche fresca.
Este postre lo preparamos Diana Victoria y yo, para mi Bebé y para Deyder Jovan, su bonito compañero de clase, con el que estudiaron antenoche para un examen final. Quedó delicioso. Adicionalmente hicimos una jarra de café para que estuvieran despiertos lo suficiente para leer el tema. Es que está medio trasnochador, como nunca, mi Bebito con el final de semestre. Por fortuna ya se acaba -porque, o se acaba el semetre, o el semestre acaba con él-. Pero le ha ido muy bien, ha estado contento con el resultado de sus notas.
Esa noche, es decir, esa madrugada los hice acostar pasadas las tres de la mañana. Ayer ambos, todos nosotros, debíamos madrugar, entonces había que descansar un poco.
Desde hace días vengo pensando en el tema de este post, que quiero dedicar a Ricardo, pero Joey se me adelantó dedicándole el suyo a su Monstruico. Casi sería suficiente adherirme a lo posteado en Franja Rosa. Pero tratemos a ver...
Cuando conocí a Ricardo, yo tenía un enredito con un muchachito muy lindo -Diego-, de 18 años. Tenía un cuerpo escultural, la lozanía de los años mozos -adultez recién adquirida-, una cara preciosa y unos bríos sexuales que con cada abalanzamiento cabalgante me hacían estremecer. Uno de esos noviecitos para hacer gala. Igualmente tenía el corazón aún empeñado en una relación perversa - Alfredo Antonio- por la que casi me enloquezco. Se trataba de un nariñense, exactamente natural de Contadero que, no sé qué me dió, pero me puso a volar bajito. Hice hasta lo indecible por él, siendo un hombre comprometido: le saqué y pagué apartamento (en donde no lo podía visitar porque de repente estaba con el marido), le compré todo tipo de adminículos, dejé el trabajo el día que me abandonó, quise morirme porque no me quería ver, lo esperaba en la universidad para que me eludiera a la hora de la salida por ir a encontrarse con el oficial... en fin. Por poco fenezco.
La tarde en que nos vimos por primera vez con Ricardo, no fue su aspecto físico lo que me llamó la atención. Se trató de un comentario cualquiera (que nunca he logrado recordar), lo que me impactó. A los cuatro días cenamos cualquier cosa, a la semana estábamos bailando en Theatrón y tirando (esa misma noche creo que fue la última con Dieguito carebonito). Al mes ya dormíamos juntos y a los dos meses estábamos dotando apartamento.
Ya mencioné en ocasión anterior lo que me enamoró de mi Bebito: estaba extasiado conmigo. Todo le gustaba, todo le llamaba la atención, todo lo que yo decía le gustaba. ¡Era un encanto saberlo a mi lado tan seguro de mí mismo!
No todo ha sido color de rosa, hemos pasado momentos muy críticos como aquel día de Amor y Amistad que prefirió subir a El Clóset a besarse con algún Fredy desconocido mientras yo lo creía acompañando a su Mamá. O la noche que estuve a punto de devolverme de Pereira dejando atrás tan solo un fuerte portazo, llevado por una ira incontenible. O el mal genio de esta mañana que aún no comprendo. No más, mejor no, sería poco sensato recordar lo irrecordable.
Los buenos momentos, en cambio, han sido incontables, porque son casi todos. Llegando a los cinco años, seguimos cultivando nuestro amor día a día: celebrando sin motivo aparente con cenas y postres románticos; consintiéndonos a la hora de acostarnos para dormir junticos; acompañándonos en las jornadas laborales fuera de horario; comentando el acontecer permanente de nuestras vidas (ojo, TODO nos lo contamos); tomando la ducha diaria con afeitada incluida -que hemos compartido el noventa y ocho por ciento de nuestras mañanas-; escogiendo nuestro atuendo diario -algunas veces uniformados-; mercando lo que nos gusta -solo lo que a él le gusta, je je jé-; haciendo compras diversas -aunque él odie salir de compras-; viendo la poca televisión que podemos -lo que a mí me gusta únicamente-. Todo innumerable porque todas son las muestras diarias y permanentes de amor incondicional y condicionante de casi cinco años, y eternamente -mientras dure- muchísimos más. Hasta los paseos familiares, con su familia o con la mía (poco más escasos).
Eso es el amor con mi Bebé, un convivir alienante que nos hace falta cuando no podemos estar juntos. Un compartir permanente en casi todos los ámbitos posibles. Incluso de rumba, con preferencias absolutamente diametrales, compartimos bien el dancing de música moderna, bien el amacice obligado de lo romántico de turno (casi no lo logro, je je jé).
Mi Bebé me enseñó a reconocer y a pedir perdón. Mi Bebé me enseñó a hacer el amor tirando. Mi Bebé me enseñó a disfrutarlo ajeno cuando por eso optamos. Mi Bebé me enseñó a amar sosegadamente, en la justa medida, que es todo. Me enseñó a no tratar de cuantificar el sentimiento porque eso no es negociable. Me enseñó a confrontar lo inconfrontable. Y la verraquera de ser por querer y no porque algunas veces toca.
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Esta es una nueva declaración de amor a mi Bebé, que espero acepte.

martes, 14 de noviembre de 2006

Mary Villa Zapata

Muchos días han pasado desde mi ultima incursión en este, mi espacio. No existe razón aparente, pues tema hay de sobra. El tiempo no me ha faltado, de hecho visito casi a diario a todos aquellos que frecuento, todos casi que me encantan. He tenido, incluso, espacio para el análisis a partir de lo posteado por los amigos habituales, unos más simpáticos que otros, otros más trascendentes que los primeros, en fin... Siento que ha sido tanto el tiempo que los problemas ya no son los mismos, las preocupaciones escritas se han disipado para dejar pasar nuevos motivos de adversidad y de alegría. Y mi Bebé, es el mismo, por el que lloro, por el que existo, por el que he decidido ser feliz.
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Será este el momento de lamentar la ausencia autoimpuesta de Xavi, que desde Sabadell prefirió dedicarse a menesteres de pronto más productivos. Otro abandono invaluable es el del autor de Basando la vida en el Pene, un oso venezolano que en una diatriba contra sus congéneres, invita a la reflexión en torno a lo que debe significar la bitácora personal, lejos de cualquier amargo gustillo a la fama y a placeres mundanos. Me has puesto a pensar, de repente eres el motivo de mi demora. Suerte, buen pulso y pronto regreso.
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Estoy ampliamente agradecido y admirado por los comentarios -sus comentarios- al ladrilludo post anterior. Agradezco todos los buenos deseos. No había quién se lo "mamara" por denso y aburrido, sin embargo todos y cada uno hicieron lo suyo. Especialmente un hombre virtuoso, que acaparó toda mi atención con la sinceridad de mi principio y su conclusión.
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Estoy en mora de actualizar mi blog, para lo que estoy esperando -bruto yo- comprender la nueva versión. Así es que a todos aquellos que me han vinculado, a los que me visitan con regularidad, les debo mi profundo agradecimiento (¡cuando quieran profundizar!) y mis disculpas por la demora innecesaria, no por no tenerlos como prioridad sino porque me hago horrores al tratar de aprender sobre el sistema. Mil perdones.
Mención muy especial para decent queer, patto, hombresparahombres, raúl y emisiones nocturnas. Me embeleso con todos sus post y quedo noqueado con la indexada. Gracias por el dibujo, jejejeje.
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Y mi Bebé, admiro a mi Bebito. Desde que le cambiaron el proyecto en la oficina, no ha tenido tiempo ni de leer a los amigos. Ahora terminando exámenes mucho menos. Mary -ya los pondré en antecedentes- está aterrada con el hecho de que su muchacho haya pasado de largo el viernes pasado haciendo un trabajo de universidad con un compañero. Nadie, ni Diana Victoria, ni sus compañeras de clase, ni Mary lo podían creer. Es que él no acostumbra hacer esas cosas. Él prefiere ir pianito pianito para que a la hora de la verdad todo esté listo sin necesidad de "clavadas" innecesarias. Mi Bebé es un juicioso lindo aunque a ratos se le revuelvan los genios.
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Nuestra historia -la mía con Ricardo- se inició hace cuatro años, ocho meses y veintiniueve días, exactamente el quince de febrero del año 2002. Ya contará él los pormenores de nuestro primer encuentro. Para el caso, lo importante es que uno de sus amantes habituales -amigo común- nos presentó en esa tarde de viernes.
No habían pasado tres semanas y ya dormía conmigo casi que a diario. Su Madre, natural de La Virginia, ha hecho su vida en la trasnochadora, querendona y morena ciudad de Pereira. Su hermana mayor es profesora de primaria en una escuela perdida ubicada en Santuario, un igualmente perdido municipio del Departamento de Risaralda. Su hermana menor -él es el del medio, único varón- estaba recién llegada a la capital, en donde comenzaba a estudiar Tecnología en Electrónica y Comunicaciones en el ITEC, el desaparecido instituto de la igualmente desaparecida Empresa Nacional de Telecomunicaciones TELECOM, la misma tecnología que mi Bebé estudiaba con cuatro semestres de ventaja.
Estaban instalados en una vivienda estudiantil cercana al ITEC, en donde compartían habitación. Diana Victoria, a la postre mi cuñada, encontró muy conveniente el traslado virtual de Ricardo a vivir conmigo, porque de alguna forma eso liberaba espacio y le permitía una descomplicada convivencia con quien hasta hace poco hiciera las veces de su príncipe consorte, hoy "exiliado" en Alemania.
A los dos meses arrendamos un bonito apartamento, estrenamos todos y cada uno de los enseres; lo convertimos en un bello rincón gay en medio de la prestigiosa Avenida Pepe Sierra ubicada al norte de Bogotá. Así empezamos a hacer vida en común. Ya en ese momento se podía decir, a solo dos meses de haber tenido sexo por primera vez, que estábamos casados.
La lejanía de Mary, su Mamá, era muy conveniente para mí, pues lo tenía a mi entera disposición. Fue una época de gloria: un buen cargo, un salario decente, un novio bonito, una posición de prestigio en el medio...
Su papá, aunque vivía en Bogotá, no ocupaba mucho de su vida: un par de almuerzos al año, unas contadas conversaciones telefónicas durante el semestre. Nada por qué preocuparme.
Salir con Ricardo era delicioso, lo sentía y lo sabía obnubilado, le gustaba todo lo que yo decía, devoraba cada una de las palabras que yo mencionaba. Podía pasar horas y horas mirándome interactuar con el mundo, sabiéndose fascinado. Sus ojos, de solo hallarse a mi lado, brillaban con júbilo. Logró enamorarme. (¡Qué vanidoso me siento!)
Ocasionalmente su Mamá llamaba al apartamento, creyendo seguramente (o eso pretendíamos nosotros creer que ella creía) que se trataba del lugar de vivienda de alguno de sus compañeros de estudio. Mary, muy seria, preguntaba por Ricardo Parra, que -acostado al lado mío- se turbaba tanto como yo por las inesperadas llamadas, a las horas más inverosímiles.
Cada que ella venía a Bogotá, antes de comprarles a Diana Victoria y a Ricardo el apartamento en Capellanía, dormía en donde Aliria María, una de sus hermanas, abogada. Ya con el apartamento fruto de la jugosa liquidación de TELECOM, tenía a dónde llegar, lo que significaba el trasteo de mi Bebé para pretender que ella no se daría cuenta. Eso, obviamente, gracias a mi poco entendimiento, nos trajo más de una discusión pendeja.
Un jueves cualquiera Ricardo me llamó y me dijo que si esa noche íbamos a donde su Mamá que necesitaba que la viera un médico. Lo increpé aturdido por lo absurdo del requerimiento, a lo que me respondió que no había problema, que él buscaba a alguien más que sí estuviera en disposición de hacerle el favor. Me convenció.
Por los enredos de la liquidación de TELECOM, ella -que estaba recién hipermegapensionada- no tenía servicio de salud y refería un dolor lumbar que bien parecía tenerla al borde de la discapacidad.
Ricardo, saliendo de la oficina, me recogió y nos fuimos para Capellanía. Yo no me hallaba, no sabía qué pensar, no imaginaba qué decir ni cómo reaccionar. Aunque la había visto un par de veces, tenía terror por el encuentro. Mary Villa Zapata bien podría ser una mezcla perfecta entre Pancho Villa y Emiliano Zapata. Así de arrolladora puede ser su presencia.
Serían las siete de la noche pasadas cuando Ricardo accionó el timbre. Ella salió a recibirnos, con una sonrisa que yo no podía creer. Mucho abrazo y gran bienvenida. En cuanto entramos al apartamento, observando la mirada de Diana Victoria, mi Bebé y yo comprendimos que todo había sido un montaje para mi "ingreso" a la familia.
Después de comer, le hice la consulta, tomé sus signos vitales, la interrogué y la examiné tratando de ser el más convincente de los profesionales.
Cerró la puerta con llave, abrió una botella de whisky, nos emborrachamos, fumamos, bailamos, nos juramos amor eterno y pasé a ser uno más de sus protegidos. Desde entonces llegamos (dormimos) a su apartamento en Pereira, organiza paseos y planea viajes, llama y nos regaña, le encanta que le cocinemos... Ya hago parte de su familia, en lo que Ricardo -claro- me permita. Con sus tíos, con sus primas, con sus amigos.
Nuestra última charla fue antier, cuando le comenté que Ricardo está muy juicioso trasnochando para las tareas de la universidad, cuando me dijo que llamara a su nieta para aconsejarla de estudiar, cuando le dije que la visitaríamos en el primer puente de diciembre, cuando me dijo que necesitaba que Ricardo se graduara rápido para trasladarnos, todos, a Puerto Rico a hacer vida allá, cuando le dije que cómo pasó su cumpleaños y me dijo que aún no terminaba de celebrarlo.
Mary Villa Zapata, la generala. Cualquier parecido con Miranda es mera coincidencia. Je je jé.
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Y con el perdón de mi Bebé, que tiene una Mamá muy verraca!!!