Es realmente complejo. Ha sido una semana extraña. Hoy, por ejemplo, tengo un malestar general causado por una fiebre mamonsísima. Es que la fiebre me agota como nadie imagina. Me duele la cabeza, el cuerpo, el pelo y la piel. Sí, con la fiebre me duelen el pelo y la piel y eso es lo más jarto que hay. Ahora solamente puedo tomar acetaminofén, porque la última vez, con el ibuprofeno, me iba acabando la mucosa gástrica. Casi vomito, una a una, mis entrañas. Con un malestar espantoso.
Desde la semana antepasada Juan Pablo, mi sobrino -hijo de Leonor Aydeé-, estuvo indispuesto con fiebre y vómito. Después de casi una semana sin mejoría, hubo que llevarlo a un servicio de urgencias pediátricas. Tiene cinco años. Le aplicaron dipirona y lo devolvieron a la casa con tratamiento ambulatorio. Lo cierto es que al día siguiente, el jueves de la semana pasada, en la madrugada empezó a presentar hematemesis (vómito sanguinolento) y melenas (deposiciones oscuras por efecto de sangre digerida), por lo que tuvimos que correr de nuevo a urgencias. Después de un muy despectivo "de qué se trata la urgencia", el médico de turno lo hospitalizó para determinar lo que estaba sucediendo. Una pediatra determinó el manejo, que incluyó restitución de líquidos y electrolitos, ranitidina parenteral, supresión de la vía enteral oral y la necesidad de realizar una endoscopia para determinar lo referente al sangrado de vías digestivas altas.
En la tarde, tratando de establecer el foco de la fiebre, otra pediatra solicitó una radiografía y unas pruebas de coagulación, con el fin de practicar una punción lumbar para descartar neuroinfección, puesto que el resto de exámenes fueron normales. Se documentó la prolongación del Tiempo Parcial de Tromboplastina, a casi el doble de su valor de referencia. Alerta todo el mundo, ahora lo importante era descartar una coagulopatía. A nadie, ni médico general, ni especialista, ni coordinador de área, se le ocurrió solicitar unas pruebas de función hepática, cuya alteración son la primera causa de una coagulopatía en un paciente con alteraciones gastrointestinales tan evidentes como las de Juan Pablo. Así pasaron cuatro días de hospitalización, cuyo objetivo era descartar una Hemofilia o una Enfermedad de Von Willebrand, sin antecedetes de ninguna clase. Ahora a esperar el casi eterno trámite por Consulta Externa.
Vale mencionar que los profesionales a cargo trabajan para el mayor conglomerado del negocio de la salud en Colombia, bajo la batuta del contador Palacino Antía. ¡Tristeza!
Al mismo tiempo, Gabriel Eduardo se debatió entre la vida y la muerte. El jueves en la tarde fue rentervenido porque se presentó dehiscencia de las suturas en la faringe remodelada. Eso asociado a una gran infección. Fue una cirugía casi tan larga como la primera. Después, infortunadamente presentó una severa hemorragia que requirió para su control de una nueva intervención en el quirófano. De allí salió directamente a Unidad de Cuidado Intensivo.
El viernes en la mañana, a la hora de la visita, llegué a la Unidad, entré y encontré un cuadro demoledor. Es como si lo hubiese encontrado muerto, conectado apenas para mantener sus constantes vitales básicas. Me sentí perdido, mirando a todos lados sin encontrar respuestas. Le pregunté a alguien que solo atinó a decirme que debía esperar a que terminara la hora de visita para tener alguna información sobre el paciente. Traté de calmarme y en ese momento agradecí haber sido yo el primero en entrar. De hecho, debía ser el único preparado para tan dantesco espectáculo. Lentamente me dispuse a mirar cada uno de los aparatos y cada una de las soluciones que tenía conectadas. Poco a poco empecé a comprender que, efectivamente, estaba en un estado muy crítico, completamente sedado, con siete soluciones distribuyéndose simultáneamente a través de un par de vías parenterales, una venosa y una arterial, tratando de mantener su vida. Si hubiese tenido un espejo para mirarme, me habria aterrado mi expresión aterradora. Por fortuna, antes de salir, llegó un cirujano, me dijo que las cosas estaban controladas, que ahora todo dependía de la respuesta del paciente al manejo que se le estaba dando. Inquirí por su sedación profunda y me explicó que correspondía a una necesidad para evitar que "peleara" contra el ventilador.
Salí, les comenté a Victoria y a Diana que él se encontraba mal, muy inflamado por efecto de los medicamentos, pero que aún no había nada definitivo por cuanto en unidades de ese tipo se especializaban en sacar adelante casos tan severos como el del menor de mis tíos.
Al terminar el tiempo de visita, la doctora Tolosa, residente rotando por la Unidad de Cuidado Intensivo, nos comentó acerca de la situación general del estado del paciente, anotando que el problema en ese momento -que justificaba el manejo que se le estaba dando- era un foco infeccioso de difícil determinación, que lo tenía prácticamente en choque séptico.
Al día siguiente, fue grato ver que ya no estaba tan dormido, la dosis de midazolam estaba a la mitad. Al tercer día ya se encontraba completamente despierto y sin ventilador. La recuperación era abrumadora y correspondía con los hallazgos en sus paraclínicos. Ayer le dieron de alta en la UCI y fue enviado a habitación de hospitalización corriente. Sin embargo las noticias no todas son buenas. Desde el segundo día de cuidado crítico, el doctor Sánchez -cirujano a cargo que minutos antes se había mostrado muy optimista por la evolución del cuadro- me informó sobre la posibilidad de haber encontrado, en los controles rutinarios de radiología torácica que se llevan a cabo en la Unidad, diseminación pulmonar del tumor, evidenciada por la aparición de unas imágenes sugestivas de nódulos que nada tenían que ver con el foco infeccioso indagado.
"Al parecer hay metástasis pulmonar", fue lo único que atiné a decirle a quienes preguntaron al respecto.
La pregunta del millón, sobre la conveniencia o no de seguir adelante con el tratamiento integral del cáncer, no me corresponde a mí responderla. En el caso de Gabriel Eduardo, bien puedo decir que a nadie más que a él, que tiene su sistema neurológico indemne -por ahora-, le corresponde decidir si se somete o no a lo que viene (nueva cirugía, quimioterapia, etc.). Es algo muy difícil, no solo para él sino para todos aquellos que por diversos motivos (el único que creo profundamente sincero y despojado de todo interés mezquino, es el de mi papá) lo rodean, nos rodean en este momento. Temí que el jueves o viernes fuera su último día. No por él, sino por cómo dar la noticia. Por tener que reencontrar a esa parte de la familia que no se quiere, peor aún, a la que se ha llegado a odiar.
Un reconocimiento importante para la Fundación Cardio Infantil de Bogotá, que ha logrado -a partir de la implementación de un programa de calidad bien fundamentado- la humanización de algo tan traumático como el nosocomio hospitalario. La irrestricción en las visitas durante los horarios diurnos, ¡algo tan nimio!, se constituye en fuente de confianza para el usuario y sus allegados. A ningún profesional de la salud le da miedo allí que le vean trabajar. Mi respeto absoluto para la institución y sus miembros.
¿Qué más habremos de esperar?