martes, 10 de octubre de 2006

Día nacional del orgullo LGTB

Esta tarde, a las seis y cuarto de la tarde, llegué a casa de Mamá y en un acto -que se podría calificar de explícita rebeldía- sintonicé en el principal televisor el canal institucional del Congreso de la República, para seguir -a oscuras- la votación del proyecto de Ley ciento treinta de dos mil cinco.
Después de escuchar sendas intervenciones de varios senadores, a favor y en contra (Claudia Rodríguez de Castellanos, Álvaro Araújo, Gustavo Petro, entre otros), se procedió a votación de carácter nominal.
Apretado resultado, como apretado sentía el corazón con cada negativa; arrojó 49 a favor y 40 en contra. A las 7:19 el secretario leyó el recuento de votos y a las 7:25 se proclamó la aprobación para que se reconozcan los derechos patrimoniales y la seguridad social para parejas conformadas por individuos del mismo sexo como Ley de la República.
Celebré -en la oscuridad y en mi silencio mudo- con lágrimas ocultas, pocas pero agitadas hasta los más recónditos sentimientos cuando las cámaras se atrevieron a enfocar a las ahora reconocidas barras, que con un igualmente callado GRACIAS en los colores de la Patria, era tan callado y profundo como mi silencio mudo.
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Atrás quedaron argumentos tan débiles como el temido horadamiento del núcleo familiar, cuyas bases empezaron a ser heridas con la protección del concubinato en el año noventa.
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Reconocimiento para los conservadores, que le dieron libertad a sus copartidarios para votar a conciencia, no bajo los lineamientos de la bancada.
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Pitos y chiflidos para algunos liberales que -lejos del librepensamiento- votaron en contra declarando objeción de conciencia.
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Palmas para Gustavo Petro (!), que -una vez proclamado el resultado- desvió la atención de la sala polemizando sobre algún proyecto de importancia agrícola, evitando así los infortunados comentarios que se hubieran podido seguir dando en contra del proyecto, aún después de haber sido aprobado.
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Espero que sea con Ricardo, mi Bebé, con quien pueda hacer uso de los derechos que -con todo y a pesar de todo- nos hemos ganado.