Este será un post bastante pesado y aburrido. Tengo la cabeza y mi vida hechas un absoluto mierdero; este blog se ha erigido como el más leal de mis paños de lágrimas, casi el único lugar donde puedo desahogar mis "penas" sin mamar a nadie con la perorata.
Pretendí pasar una noche decente después de haber tenido un terrible encuentro con mi Bebé, mea culpa, pero no fue posible. Dormí mal, me desvelé, antes de que Slovodan iniciara el reporte de noticias a las cinco de la mañana en La W, ya estaba despierto. Logré conciliar algo de sueño pasadas las seis de la mañana. Juan Pablo mi sobrino, hijo de Leonor Aydeé mi hermana, me despertó con beso y abrazo, serían las seis y media. Se recostó a mi lado en el sofá-cama que me sirve para dormir por estos días de cruel separación, en la sala del apartamento de mi Mamá. No pasaron tres minutos y llegó mi hermana gritando como enloquecida a pelear con él, que lo había mandado por desayuno, que ahora lo que tocaba era bañarse primero, que qué irresponsabilidad. Casi lo arrastró hasta la ducha, en medio del llanto del pobre niño, para obligarlo al orden aleatoriamente por ella establecido. Son las ocho y veintinueve de la mañana y la puta camioneta que lo recoje los días de pico y placa -los otros lo transporta ella directamente por efectos de la precaria economía familiar- no ha llegado.
Tocó levantarme a pelear con todo el mundo: no dejan dormir, para qué lo hacen llorar si estaba contento, por qué demonios no lo dejan desayunar, esta loca prefiere verlo chillar...
La situación con Leonor Aydeé, la mayor de las "niñas" de mi casa siempre ha sido muy compleja. Desde muy niños mantenemos una relación muy tensa. Es una persona que al interior de la familia es de muy difícil trato. En la calle es la más maravillosa de las personas, dispuesta a todo lo que los ajenos requieran a costa de lo que sea. La más fiel amiga de los amigos, la más devota amante de los machucantes, la más dedicada samaritana de los que -de puertas para fuera de su familia en primer grado de consanguinidad- requieren ayuda. Nunca he podido con su grosería, es la única a la que se le han escuchado palabras de todos los tonos y calibres bajo el techo materno; no escucha razones a menos que se le impeten en medio de una gresca, las razones son las suyas; pelea y casi que hiede contra la abnegación de Mamá, que para nosotros ha sido el más diáfano ejemplo de entrega y dedicación por su hogar -su vida se agotó con nosotros, por nadie más-. Mientras mi niñez, adolescencia y juventud giró en torno a procurar ser el niño modelo de mi Mamá, Leonor Aydeé se empeñó en ser la rebeldía acérrima y recalcitrante. Mi papá por su parte siempre increpó en contra mía por todas las desaveniencias de mi hermana, con la estúpida justificación de que por ser el hermano mayor debía responder por la responsabilidad, valga la redundancia, que sólo le cabía a ella sobre sus actos. Bueno, para él siempre fue la forma más cómoda de acomodar su ausencia.
Claro, esto no quiere decir que con ella no nos profesemos el más profndo de los amores filiales. Seguramente la corta diferencia de edad que tenemos, nos ha hecho de alguna forma los más silentes cómplices. Fue hace poco más de un año cuando -estando en medio de una reunión de trabajo- me llamó llorando, que necesitaba que fuera a rescatarla, que se habían cogido a golpes con el hijueputa de su marido.
Vivían en Sibaté, en un rancho que daba grima, a orillas de la represa del Muña, cuyo arriendo ella pagaba. Ese marido que consiguió ha sido el más grande de los parásitos, garrapata malparida. Fueron muchas las veces que me levanté con la preocupación por ellos. Nunca fui a su casa pero muchas veces llamé sólo para escuchar la voz de Juan Pablo, sólo para saber que estaban, no más.
Fui, casi le ordené recoger apenas lo justo, recogimos al niño en el colegio y la llevé a vivir conmigo un par de meses. Esa mima noche fuimos a Unicentro y de no sé dónde putas, les compré a ella y al niño con qué vestirse para que no tuvieran que regresar a nada a esa pocilga al lado de ese canalla. Si hubiese tenido la mala fortuna de encontrarlo, estaría hoy pagando condena por un bandido que no vale la pena. Cuando las cosas se me empezaron a complicar por el incumplimiento en el pago de mis salarios, la traje al apartamento de Mamá (donde todos escampamos) para que -entretanto- papá respondiera por ella.
Hoy en día sigue ensañada en hacer llorar al pequeño, que es lo más adorable que tengo en sobrinos. Un rubio de ojos verdes, con cinco años de edad, muy cariñoso pero de muy mal carácter (parece hijo de sus papás), que por eso mismo ha sufrido lo insufrible porque todos le tienen mala fe. Yo al principio también lo quería "derechito", como me criaron a mí en esa difícil época que nos tocó a todos los coetáneos: no se le contesta a los mayores, se les acata sin mirar a los ojos, se les respeta porque sí y no porque se lo merecen. En no pocas ocasiones terminé abrazándolo, llorando al tiempo con él por una injusticia que yo mismo había cometido. Por una de todas aquellas que me había prometido no repetir jamás en rebeldía por lo que me tocó con mis padres. Es un niño bello y noble, pero a esta cretina le encanta hacerlo rabiar.
De sólo recordar se me encharcan los ojos, estoy con la güevonada alborotada cuando ya él está en el colegio y ni se acuerda del dolor de esta mañana. Estoy con la güevonada alborotada porque me provocó llorar cuando Julio recibió la llamada de la esposa del propietario de una de las tractomulas que quemaron los terroristas esta madrugada en la vía a Buenaventura. Estoy con la güevonada alborotada porque mientras escribo tengo ganas de llorar. Estoy con la güevonada alborotada porque tengo problemas de comunicación y de entendimiento con mi Bebé y porque no tengo cómo putas pagar un cuarto para estar viviendo y durmiendo con él. Estoy con la malparidez corriendo porque no he logrado nada de mi vida, sin haber dejado de trabajar de una u otra forma absolutamente todos los días de mi vida desde muy jovencito, cuando aún no me tocaba.
Mi Mamá, pobrecita ella, no hace sino sufrir en silencio conmigo por lo que nos pasa o nos deja de pasar. Nuestra relación, desde hace muchos años es ejemplo del más espectacular de los respetos. Nuestra comunicación es subliminal. Con escucharnos la voz por teléfono y a la distancia, ya sabemos cómo está el uno y el otro. Los años que he pasado fuera, he procurado hablar con ella a diario, aunque sea sólo para saludarla. Llamadas, algunas, que no han pasado de diez segundos. Pero tiempo suficiente para sabernos ahí, y bien. Creo que no hemos peleado tres veces en la vida. Jamás he revirado en alguna forma por sus muy infrecuentes increpaciones. Me siento incapaz de maltratarla de alguna manera. Es para mí lo más sagrado y puro que hay. Mi condición de vida la he hecho tácitamente en torno a ella. Por eso, el día que la encontré hablando con Ricardo en un corredor de Unicentro, supe que era él y no otro. Terminé de enamorame con el beneplácito mudo de ella.
Jamás hablamos de nada que no sea un comentario casual. Nunca comentamos nada que pueda representar malestar para alguien. Solo estamos patológicamente ahí, el uno para el otro.
Con papá la cosa es bien diferente. Si nos ven por la calle dirán que somos los mejores amigos. Caminamos de gancho, nos reímos, hablamos, nos saludamos y despedimos de beso. Y podemos pasar años, sí, años, sin cruzarnos palabra. No nos hacemos falta. Soy implacable con él y él lo es conmigo. No acepto muchas de sus cosas, no acepta las mías. Por respeto o temor, no sé, jamás le he pasado a Ricardo al frente. De pronto sólo por evitarle la incomodidad a ambos y a cada uno. Estando con él me encuentro con los más inconvenientes. Si voy por la calle me cruzo con alguno de esos que no tienen reparo en acercarse, saludar de beso y abrazo y decir: amiga, preséntame a tu papá (es que el parecido es absurdo, ¡no habría tenido cómo negarme!). Si vamos a una oficina, aparece el "hembro" soñado y coquetea conmigo sin el más mínimo recato. Es con el único que no se menciona el asunto. Es con el único con el que se evita la vida familiar de pareja. Y no porque no lo sepa...
Llegando de La Habana, hace seis años, decidió que si yo llegaba a la casa materna, él se iba porque no quería convivir con un marica descarado. Mi Mamá, muy puesta en razones que aún no comprendo, se paró "en la raya" y determinó que esa era mi casa, que yo era su hijo y que lo que él decidiera era su problema. De eso me enteré pasados un par de años. Ya no guardo rencor. Estoy seguro de ser quien le cuide sus días postreros, en compañía de mi Ricardo o de quien decida hacer sus veces en ese lugar y tiempo. La vida da ese tipo de volantines y vaya uno a saber qué más nos depara el cruel (!) destino.
Sin embargo eso, somos los mejores amigos (!).
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Desahogando otras inquietudes, comento que ayer estuve en una reunión de negocios muy particular: asistimos a la presentación de MI modelo de negocio en relación con las unidades de cuidado crítico.
Ernesto Urdaneta, un industrial y comerciante colombiano que vive en Miami, viajó a Bogotá para hacernos la presentación de un modelo de asociación para operar unidades de cuidado intensivo. Es curioso conocer a alguien con la misma visión de negocio que tuve yo cuando arranqué con el embeleco de dedicarme al negocio de la salud. Lo más curioso es saber que este personaje con su empresa opera en la actualidad por lo menos dos negocios que nosotros -el doctor Rafael Enrique y yo, desde Coonsultores C. T. A. y desde Vital Care S. A.- previamente habíamos presentado: las unidades de cuidado intensivo de la Clínica de Especialistas de Neiva y la neonatal de la Clínica Juan N. Corpas en Suba - Bogotá, D. C. Más curioso aún saber que este personaje y su equipo de trabajo trabajan con los flujos que yo produje en torno a cada un de esas unidades de negocio.
Cuando el doctor Rafael Enrique me comentó al respecto, mi respuesta fue sí, pero qué le hacemos, él tiene el dinero que nos hizo falta a nosotros. ¿Será que se cierra el círculo y que de la mano de Meditech podemos hacer los negocios que soñamos? ¿Será que somos "la rueda suelta" que le hace falta a Meditech o serán ellos los inversionistas con verdadera visión empresarial que siempre hemos soñado para enriquecernos y hacer de la nuestra una existencia más digna y distinguida? ¿O, por lo menos para mí, será lo que me hace falta para sobrevivir a los duros embates de la vida?
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Normalmente no requiero de banda sonora para postear, sin embargo hoy me acompaña una joya de la música culta: Carmen, de George Bizet, en versión de la Orquesta del Teatro Nacional de la Ópera de París, protagonizada por los legendarios María Callas y Nicolaï Gedda, bajo la dirección magistral de Georges Pretre (con gorrito en la primera e). Este fue uno de los primero álbumes en CD que tuve, cuando aún se prensaban únicamente en Alemania. El nuestro fue uno de los primeros reproductores de CD que entró al país, hace muchos años, cuando en el aeropuerto no sabían qué era esa vaina y en las revistas se publicaba como un invento remoto. Nos lo regaló Tío Jaime, lo trajo de Panamá cuando estuvo allí como parte de la delegación secreta del Estado que se reunió con los más altos jefes del narcotráfico, siendo Procurador Delegado de la Policía Judicial. Sí, la reunión famosa a la que asistió el ya expresidente López Michelsen en la que los jefes de la mafia, en presencia del general Noriega -entonces jefe de Estado panameño-, ofrecieron pagar la deuda externa nacional a cambio de poder ejercer, subrepticiamente -claro quede-, su negocio, asegurando no permitir el consumo de alucinógenos a nivel nacional. Sólo exportarlo para beneplácito de los adictos norteamericanos. La respuesta del Estado, durante ese gobierno -el del doctor Betancur Cuartas- fue anunciar la política de extradición que más adelante desencadenó la espantosa violencia que sufrimos los que no tuvimos la oportunidad de decidir el camino más conveniente: legalización ó satanización del narconegocio.
Vuelvo a la música. Tengo una verguenza descomunal con Demock porque no he podido realizar la tarea que me impuso. Después de mucho pensarlo me doy cuenta de una cosa: nunca he tenido grupo musical preferido. Intenté hacer la tarea a punta de videos de Queen, pero muy lejos está de ser mi grupo o artista preferido. Nunca he entendido las letras de su música, como jamás me he percatado de la letra de ninguna otra pieza musical. Soy el más absurdo de los melómanos. Me encanta la música, me pone a volar, me manipula el espíritu y el ánimo. Pero jamás he sido conciente de la letra de una canción. Desde niño nunca jamás. Me gusta el sonido, la armonía, el ritmo, pero no tengo puta idea del autor y su letra. Admiro como a nadie a los compositores, son dueños de una sabiduría y de un sentido de la estética que no me atrevo a cuestionar. Pero las letras no tienen significado para mí. Mi Bebé lo puede avalar: soy una torta de ahuyama, una bola loca, una absoluta güeva para las lyrics. Aunque hay muchas que canto de memoria, no se extrañen -si alguna vez me escuchan- que reemplece una palabra fundamental por otra cuya rima sea similar pero cuyo significado sea absolutamente diametral. Eso es para mí la música, armonía y ritmo. No significado. En mi época de tangos, me los aprendí todos, en la de boleros se me escaparon pocos, en la de ópera recité las más avezadas árias, pero confieso que jamás he comprendido el significado, siquiera, de sus títulos. Otro mea culpa.
Demock, amigo, si me lees (que espero que no), soy incapaz, quítame el saludo y la visita porque no puedo, no tengo sustrato, no hallo el cómo. Mil disculpas. Lo intenté y fracasé.
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Plácemes porque anuncian hoy en la prensa nacional que tendremos nueva Superintendente de Notariado y Registro, en emplazo del bandido hermano del presidente de la Cámara de Representantes que se niega a tramitar adecuadamente el proyecto del reconocimiento de los derechos patrimoniales y de seguridad social de nosotros los maricones, perdón (sic), los gays. Se trata de la abogada, goda recalcitrante, Lyda Beatriz Salazar Moreno viuda de Camacho, el que se mató cayendo dentro de un helicóptero cerca a Caparrapí, hace como un año. Es prima hermana de mi papá. La picadita de la familia. La que en la década de los setenta hacía con mi tío Gabriel Eduardo (r. i. p.) y con mis primos William y John Jairo travesuras como la que narró mi Bebito en uno de sus recientes post. La que tuerce la jeta cada que nos vemos y la saludo con el Lyda Beatriz completo, parece que le pesara el nombre de su santa madre. Mis mejores deseos por su desempeño en el cargo. Mis respetos por ser capaz de mantenerse incólume entre esa sarta de bandidos que son los políticos.
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Creo sentirme, después de toda esta cháchara, un poco más liberado y tranquilo. Pensando en que Juan Pablo está contento por la celebración del cumpleaños de una de sus compañeritas de colegio. Creyendo que hoy seré capaz de que mi Bebé quiera volver a verme, sin hablar, solo con besos y abrazos. Esperando que el negocio de Las Américas no se malogre para poder concretar la inversión del millón de dólares que ofreció Urdaneta con MI modelo de negocio. Deseando que el seguro de la tractomula le permita al señor reponer su vehículo de carga para que pueda seguir trabajando y manteniendo a su familia acongojada. Anhelando un mejor futuro para mi Bebé y para mí, en nuestra propia casa, con suficiencia de recursos y con el amor vivo y permanente.
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Agradecimiento inmesurable por las más de seiscientas visitas que he recibido en mi blog desde el cuatro de octubre.
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Que dios, si existe, me perdone.